En Estados Unidos, el fútbol femenino crece a pasos agigantados, pero detrás de cada jugadora hay una realidad que no siempre se ve: el sistema pay-to-play. Para competir en clubes juveniles, las familias deben desembolsar entre 2.500 y 10.000 dólares al año, sin contar viajes ni equipamiento.
Este modelo deja fuera a miles de jugadoras talentosas que no pueden pagar la cuota. Mientras la NWSL y la selección brillan, en los barrios y suburbios muchas chicas ven cómo el sueño se les escapa por cuestiones económicas.
La brecha social se agranda y el fútbol, que debería ser un derecho popular, se convierte en privilegio. Organizaciones y exjugadoras piden cambios urgentes para democratizar el acceso y que la pasión no dependa del bolsillo.
Fuente: Girls Soccer Network.





