La historia de Edna Imade (Marruecos, 2000) empieza lejos del césped y de los focos.
Empieza en el desierto del Sáhara, con su madre Floren huyendo de la guerra, y sigue en una patera de noche, con dos bebés de tres meses en brazos rumbo a España.
Al llegar a la costa andaluza, el golpe fue inmediato: el padre deportado, la madre sola con los mellizos Edna y Paul.
Carmona, un pueblo sevillano, se convirtió en refugio gracias a vecinas, a una casa de acogida de monjas y al apoyo de Cáritas, que sostuvieron a una familia que llegaba sin papeles, sin red y con todo por construir.

La niña que no soltaba el balón
En el colegio Pedro I, un profesor de Educación Física vio algo que cambiaría su vida: una niña que no se despegaba del balón.
Con ocho años, Edna entró en el equipo de niños del pueblo. Era la única chica y la ponían de central, pero ella solo quería jugar.
Con catorce, la normativa la dejó fuera del equipo mixto. Primer muro. Primera caída.
Sin fútbol once, se pasó al fútbol sala durante tres años, aferrándose al juego como quien se agarra a una tabla en medio del mar.
En un torneo en Málaga, aparece Bernardo Moreno, el entrenador que la convence para volver al césped.
De ahí, AD Nervión, luego Málaga y más tarde Cacereño, donde explotó: 25 goles en dos temporadas mientras trabajaba y estudiaba Animación de Actividades Físicas y Deportivas.
El Granada vio lo que tenía delante y pagó 10.000 euros de cláusula, la única que el club ha abonado por una jugadora.
En Liga F, Imade firmó 16 goles, fue la segunda máxima realizadora y dio 13 puntos a su equipo. Este verano, el Bayern de Múnich pagó 75.000 euros y la cedió a la Real Sociedad, donde sigue desatada: ocho goles en nueve partidos y un penalti histórico, el que supuso la única derrota del Barça este curso.

Fronteras invisibles
Mientras su fútbol subía de categoría, sus papeles se quedaban atascados.
“Yo he vivido siempre en España y soy sevillana. No he pisado Nigeria”, explicó hace poco.
Pero no podía ser seleccionada: no tenía la nacionalidad.
Nigeria presionaba para convocarla. Ella frenó cada intento.
Quería jugar con España, con el país donde creció, pero sin DNI no había camiseta. La espera fue larga y dolorosa, un recordatorio constante de que a muchas personas racializadas se les cuestiona el lugar al que pertenecen.
Hace unos días llegó por fin la resolución: nacionalidad española por carta de naturaleza. Y, pocas horas después, la llamada de la selección para la final de la Nations League ante Alemania.
En casa se celebró entre lágrimas y orgullo.
En su familia repiten una frase que la sostiene desde Carmona hasta Las Rozas: “No olvidamos de dónde venimos”.
La pieza del puzzle
La campeona del mundo buscaba gol, profundidad y una referencia distinta arriba.
Edna Imade ofrece justo eso: potencia, velocidad, verticalidad, hambre de área y un instinto que no se enseña en ninguna academia.
Ahora, con Kaiserslautern y Madrid como escenarios de la final de la Nations League, aquella niña que cruzó el mar en patera está a punto de debutar con España.
De la casa de acogida al Metropolitano.
De ser “la única niña del equipo” a una de las grandes esperanzas ofensivas de la Roja.
Su convocatoria es mucho más que fútbol: es el reconocimiento a una historia de supervivencia, al fútbol base como motor de oportunidades y a todas las familias migrantes que resisten en los márgenes.
Y ahora, ¿qué hacemos con esta historia?
Si te emociona lo que está viviendo Edna Imade, mira hacia tu propio barrio: apoya a los equipos femeninos de fútbol base, comparte sus partidos, exige recursos para las canteras y denuncia el racismo en las gradas.
Porque cada niña que hoy juega en un campo de tierra puede ser la próxima en cerrar su propio círculo: del anonimato a la selección, de la exclusión al altavoz.







