En medio de la agitación previa a las clasificaciones mundialistas, Melchie Dumornay volvió a levantar un escenario que ya parece hecho a su medida. La centrocampista del OL Lyon fue elegida, por segunda vez consecutiva, mejor jugadora del año en la Concacaf. Un premio que podría leerse como rutina, pero que en realidad subraya la resiliencia de una futbolista que carga con algo más que un rol creativo: es referente, símbolo y esperanza para Haití.
La escena en el FFB Stadium tuvo una emotividad especial. La capitana Nérilia Mondésir entregándole el trofeo ante toda la selección haitiana puso en primer plano ese hilo que une al país con su mayor talento.
Corventina respondió como suele hacerlo: sin estridencias, pero con la convicción de quien sabe que su juego —esa mezcla de conducción eléctrica, pausa inteligente y agresividad controlada— sostiene a un colectivo.
En Lyon, Dumornay encarna otra travesía. Llega al club más laureado de Europa desde un contexto donde la estabilidad nunca está garantizada. Adaptarse al alto ritmo táctico del D1 Arkema, convivir con estrellas y aportar desde la versatilidad no ha sido un camino evidente. Pero ha sabido abrirse espacio, incluso en semanas donde el calendario internacional la exprime.
Que la Concacaf vuelva a coronarla es un recordatorio: Haití tiene una brújula futbolística, y el OL, una jugadora que cada año se acerca un poco más a la élite absoluta.






