En el área y en la vida, Sofia Cantore ha aprendido a confiar en el instinto.
Su salto de la Serie A a la NWSL no solo ha ampliado horizontes futbolísticos, también le ha ofrecido un nuevo clima emocional: menos juicio, más libertad para atreverse.
“Aquí te animan por una buena jugada, y el error no pesa igual”, explica.
Quizá por eso aquel gol de tacón –nacido de la memoria de una plaza parroquial– salió tan natural, tan suyo. La celebración a lo DJ, inspirada en una noche con compañeras viendo a Hardwell, terminó de dibujar el retrato de una futbolista que se permite jugar, sentirse ligera.
Cantore vive un momento de madurez inesperadamente sereno. Entrar en el puesto 24 del Balón de Oro la dejó “en shock”, un reconocimiento que contrasta con el recuerdo aún punzante del peroné roto.
Hoy, sin embargo, se sabe referente.
Su adaptación a Estados Unidos ha sido sorprendentemente rápida. En un fútbol menos táctico y más físico, la delantera ha tenido que reformular sus ventajas: anticipación, lectura y una velocidad “con criterio”. Encontrar a Lisa Boattin en la liga le ha dado refugio; mantener la amistad con Caruso y Benedetta Glionna, estabilidad emocional.
En el horizonte, la Azzurra. El gol de Girelli ante Noruega le encendió la convicción: llegar al Mundial y pelear el título con Washington ya no es un sueño, sino una hoja de ruta.







